jueves, 26 de agosto de 2010

joroba III, el Misterio



César Vallejo publicó, gracias a los entusiasmos y un poco del dinero de Antenor Orrego -un filósofo y periodista peruano de nombre muy misterioso que quiso conformar una Bohème en Lima-, Los heraldos negros en 1919 con muchos y demasiados problemas financieros... Es decir, casi no publica esos heraldos ni nada. En fin, sólo los críticos lo leyeron y comenzaron a tender sus puentes desfachatados con el simbolismo, el dolor andino y otras desfachatanerías posibles y probables (aquí no desmentiré nada de nadie). No importa.

Al final de ese poemario, largo, gozoso, firme y cansado, está un título muy sobado por su autor -lo podría apostar sentado, con el poema terminado, pensando con su lápiz tamborileando en el papel, desarrollando líneas inconexas de palabras mientras escuchaba hablar a un loro vecino-, pero muy secreto para todos: "Espergesia", del que se ha dicho mil y una extravagancias: que si esperma, que si genética, incluso en inglés la interpretan como "the addition of words to clarify meaning". No importa.

Dentro de ese poema hay preciosuras tales como un dios enfermo, una esfinge preguntona, algunos años acumulados, un vacío de aire metafísico, una flor de fuego, vida, muerte, lindes y Lindes (Llindes en asturiano, una parroquia construida en honor a santo Tomás, en la que viven no más de 75 personas, según censos muy serios en Asturias) y un puñado de luyidos vientos. No importa.

Lo que aquí mencionaré, dándole cierta importancia, es que hay una pequeña joroba "musical y triste" que define y nos orienta en el magma milagroso de Vallejo. Es gracias a esa joroba, el Misterio, que sabemos de qué se trata todo.

"Espergesia" es un poema que habla por sí mismo hermosamente. Me atrevo a desmenuzarlo de manera espantosa para revelar la importancia de la jorobita:

Yo, poema, nací un día que Vallejo, mi Dios particular, estuvo enfermo... grave. Tengo un aire metafísico que no me hallo. Hermano, lector, escucha, todos saben que mastico con mis versos chirriantes, que vivo sin acompletarme nunca y mientras me escriben alumbro poco y ensombrezco demasiado a quien me lea y crea. El Misterio es mi final, porque no puede ser, sencillamente es un paso sobre un posible límite que además es infinitamente imposible, como ir de la linde de una hoja a una parroquia lejana que nadie recordará jamás. El Misterio es la joroba, el hemistiquio y los acentos, la cara ortográfica avejentada e inútil, la regla y la sílaba, la esclavitud de la inspiración que denuncia -miradlo todo, ningún hermoso final- el delgado paso de la muerte entre lo físico y lo espiritual. La joroba es la que me ata y me materializa y hace posible tu largo suspirar al verme, al sentir que sientes, al creer que entiendes si me lees, al saber que lo sabes, es el laboratorio de la alquimia poética.

No importa. Es parte de esta intensa antología y el Divino César Vallejo tiene la palabra:

Espergesia



Yo nací un día 

que Dios estuvo enfermo.



Todos saben que vivo, 

que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.

Pues yo nací un día 

que Dios estuvo enfermo.



Hay un vacío

en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.



Yo nací un día

que Díos estuvo enfermo.



Hermano, escucha, escucha...

Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,

sin dejar eneros.


Pues yo nací un día

que Díos estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,

que mastico... Y no saben

por qué en mi verso chirrían,

oscuro sinsabor de féretro,

luyidos vientos

desenroscados de la Esfinge

preguntona del Desierto. 

Todos saben... Y no saben

que la luz es tísica,

y la Sombra gorda...

Y no saben que el Misterio sintetiza...

que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.



Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,

grave.



En la fotografía: César Vallejo sonriente, inédito, brindando por el Misterio en lo que parece ser una fiesta parisina a todo dar.