martes, 2 de noviembre de 2010

El largo vuelo palomar

En el número doce de la revista Animalia magazine se ha publicado este deambular bestial, que inaugura una pretensión largamente planeada: crear un

bestiario personal. Aquí presento este vuelo que comienza en la Segunda Guerra

y termina en el desfiguro del gallito inglés en paloma


¿Habrá un animal más significativamente limitado en la cultura occidental que la paloma?

Pronunciamos la palabra y casi se nos aparece “la paz”. De eso es culpable Pablo Picasso, el celebérrimo malagueño que, en 1949, pinta a petición de su amigo

, el poeta Louis Aragon, una litografía definitiva para la historia cultural de esta ave: un perfil (podría decirse, en cinco trazos de tinta china) de una tortolita blanca levantando el vuelo con una pequeña rama de

olivo en su pico (La paloma de la paz).

Luego llegaron los comunistas,

promotores de la imagen colocada en cientos de miles de carteles por toda Europa, queanunciaron de febrero a abril el establecimiento del Congreso de la Paz, organizado por elPartido Comunista Francés, del que eran miembros ambos, Picasso y Aragon. A partir de entonces, esos trazos casi maternales cambiarían la ruta de vuelo de nuestro imaginario de las palomas.

Los antecedentes, siempre en Picasso, serán vastos pero de tal modo moldeados que se nos escapan en un primer vistazo. Quizá la fuente más antigua sea la del Génesis, dondedespués de casi 380 días de diluvio universal, el asombroso ingeniero naval llamado Noé –descendiente de la casta divina, por supuesto-, tiene a bien mandar una paloma que vuelve con una rama de olivo en su piquito a la inconmesurable arca, después del chasco de haber elegido a un condenado cuervo, que volvió enfiestado días después del desembarque.

Ya aquella paloma, pasajera del arca de Noé, había sobrevolado la mitología greco-etrusco-latina. Un pichoncito que revoloteaba o padecía donde se apareciera Venus, representaba el

lado cándido del amor, medio

transfigurado lu

ego en Cupido, el dios del amor inocente y primer vástago venusino. A reservade que Picasso hubiera sido un humanista o un lector de la Biblia, sí devoró con insaciable devoción a los renacentistas italianos, quienes incluyeron en alguna de sus varias

versiones de Venus alguna paloma para resaltar la virtud de la inocencia.

¿Qué mejor símbolo de la paz que la inocencia recuperada? El

tiempo perdido de la generación entre guerras llegaba volando, trayendo en el pico un pedazo de olivo, anunciando la tierra

firme después de la gran inundación bélica que anegó a toda Europa. Llegaba, incluso, rediviva, pues el poeta Guillaume Apollinaire, en sus Caligramas escritos poco antes de morir, en 1918, había publicado uno delos ideogramas literarios más citados, “La paloma apuñalada y el surtidor”, que termina “cae la noche OH mar sangriento / Jardines donde sangra abundantemente la adelfa, flor guerrera” y que sin duda leyó con mucha atención Pablo Picasso antes de mojar el pincel en 1949.

El significado pacifista que Picasso le confeccionó a la paloma fue demoledor y traspasó generaciones. Elia Kazan, director de teatro y cine, le da ese mismo sentido a la paloma en su exitosa película (y declaración ética) de 1954, Nido de ratas (On the waterfront). Marlon Brando vive a Terry Malloy, un boxeador malhadado en el ring de su propia vida, colombófilo aficionado, al que su candidez, desdoblada en un niño que aprende todo lo que sabe el púgil de

las palo

mas, le hace ver más allá de su presunta inocencia en la vida "sindical" de los lúgubres muelles neoyorquinos. La escena: la contemplación mansa y dolorosa de todo su palomar muerto, antes cuidadosamente criado y entrenado para dar servicio postal a la barriada, asesinado por crueles roedores que acorralaron a las aves en su propio nido. Todo era una alegoría doble. Por un lado de lo que a Kazan le había sucedido en su interior, cuando las autoridades le pidieron denunciar a sus colegas comunistas, en su nido, el cine y el teatro. Por otro, el cuadro casi costumbrista de lo que sucedía en EE. UU. ese momento.

Así la paloma milenaria vuela del Congreso de la paz al duro Nueva York macartista con el

mismo cebo: la honradez ante todo, la otra mejilla digna por delante. Y así llegó casi intacto ala moraleja fílmica Gavilán o paloma (1985), película-escarnio que el director Alfredo Gurrola hace de/con José José, donde todo está dicho (“pobre tonto, ingenuo charlatán”) sin olvidar dos tiernos aterrizajes obligatorios:


1. En Viridiana (1961), Luis Buñuel despluma sádicamente, en manos de un pordiosero leproso, a la misma Paloma de la paz que Pablo Picasso inmortalizó y que se ha travestido en el más pútrido franquismo español (“Paloma que vienes del sur/ paloma, palomita…”). La despluma (osados como pocos Alatriste: el productor Alatriste y el realizador) en su propio nido, pues

esta película es la única que Buñuel rueda en la campiña española bajo el ma

ndo de Francisco

Franco.

2. Un equipo multidisciplinario cambió la historia vi

sual de los Juegos Olímpicos, haciendo del cadáver exquisito de la paloma que dejó Buñuel en

el mundo, un nuevo cebo picasseano. Lance Wyman, un influyente diseñador gráfico estadounidense; Peter Murdoch, un diseñador británico de imagen industrial; y los arquitectos mexicanos Pedro Ramírez Vázquez y Eduardo Terrazas construyeron exitosamente la imagen de la Olimpiada de la paz, México ’68. Esta vez la paloma llegaba, ahora trastocada con una estética pophuichola, al escaparate deportivo más importante en el mundo. Los comunistas ya no fueron sus promotores, pero la paloma de la paz volvió a reproducirse cientos de miles de veces en carteles, camisetas, lapiceros, libros, programas de mano, etcétera, como en 1949, pero ahora con el objetivo de masificar comercialmente una idea.


Finalmente la paloma fue derribada en pleno vuelo. Y el tiro de gracia se lo tuvo que dar otro pintor ¡y jalisciense!: Juan Soriano, un minucioso detractor de Picasso, que en 1990 imagina, esculpe y escandaliza al público con su pieza La paloma, un bronce negro de 4 toneladas y 6 metros de alto, dispuesto a la entrada del Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, MARCO –después codiciada y varias veces reproducida sin -valga la expresión- tapujo alguno.



La paloma de la inocencia venusina, la divina antediluviana, la que consagraron con maestría

los pintores italianos, la ideografía simbolista de la noche de principios del siglo XX, la del despertar social, el comercio de las almas deportivas, la del revés macartista y la muerte asquerosa buñueleana; la paloma de la paz utópica y manipuladora ahora está condensada en una mueca sexual titánica, humorística y sensible, menuda y grotesca a la vez.

La paloma de Soriano es incómoda porque no vuela ni trae la paz, pero no lo necesita, sus eternas cualidades (la inocencia, la paz) son vistas desde otro punto de vista, uno más honesto, más mundano, procaz. A Juan Soriano le encantaba llamar a su escultura “La faloma” mientras se reía, el sinvergüenza, de su magna obra.