miércoles, 19 de mayo de 2010

Los objetos de una casa





Un hogar mexicano se compone, pruebas remito, de elementos nostálgicos con voz y voto en los roles domésticos. Excepciones habrán que, puntuales y pedantes, confirmen lo dicho.

A la mano, tristes en casa de un determinado y empedernido no fumador, están los ceniceros que tu tía nunca llenó, envueltos cuidadosamente para regalo el día en que avisaste de tu huida –porque uno siempre salió huyendo de las casas que habitó en el pasado. Volteas, y miras de reojo una licorera de tu abuelita –¡ay tu abuelita!-, quien tuvo a bien darte algo que ella ha guardado sin comprenderlo toda su vida en su ropero, junto a la espada del coronel –tu abuelito, siempre se ha entendido así. La jarra de una prima, nuevecita, no vayas a creer. Dos juegos de cubiertos venidos desde alguna de las 234 credencias del Palacio de Invierno sanpetesburgués, que, a través de vericuetos y amoríos de un tronco muy torcido de tu familia, llega a tu minicajón de cocina integral. Hastäi.

Estás comprometido con la Revolución rusa y con tu tía fumarola, sin haberles debido nada, ni para qué, de por vi da. Y esos son elementos nostálgicos, calculo, un tanto ineficientosos, porque siempre te chantajearán cuando trates de deshacerte de ellos. Te escuchan, saben lo que planeas. Todas las tardes se reúnen en asamblea para tratar de recordarte la íntima relación que guardan en tu equilibrio vital nomás.

-Ayer noté, mientras comía, que me miraba con mala fe-, dirá la licorera.

-No debe sorprenderte que así te contemple la creatura- subrayará el cenicero reluciente –pues vacía no debes hacerle mucha gracia.

-Sospechamos que la creatura pretende regalarnos- corales los zaristas. –Habrá que disuadirlo una vez más–erguido el cuchillo de pan más doblado.

Y otra vez la misma historia recorre tu cabeza, atormentándote: mi tía=cigarros; abuelita=llavero de ropero; cubiertos=autocratismo de la Rusia Imperial… Los vuelves a lavar seguro de que adornan bien tu sala-comedor, de que nunca faltará una gran cena digna de grandes domos acebollados.

Pero están los objetos-nostalgia auténticos, los que no necesitan de las palabras “(chillen, putas)” para desatar sus historias, sus recuerdos. Y si es la mesa, noooombre.

Se muere tu tía que hace poco te regaló su mesa, amplia con posibilidades de amplísima, y entonces, redobles niño del tambor, se arranca.

Hecha en la superficie de la albura de un pino noble y sostenida por los durámenes ¿es posible? de la misma nobleza. Crecido en bosques encantados de un mundo que ya no reconoce el triplay.

El tronco fue derribado hermosamente por oficiales leñadores a ritmo marcial, muertos de hambre a ritmo marcial, enterrados en ataúdes de recortes sobrantes de la madera de tercera a ritmo marcial, sustituidos por sus soñolientos hijos a ritmo marcial, hace más de cien años a ritmo marcial, en una época en que la electricidad era un truco de magia para niños.

Las tablas y los polines, no obstantes, aguardaron acaparados a que Oferta y Demanda rompieran la taza. Después fueron tomando forma en casa de un carpintero artista que los acariciaba todas las tardes, antes de dormir, pero después de escuchar lejanas narraciones de béisbol en inglés, por su radio de onda corta.

Fue llamada Mesasevende en una tienda del cuadrante de la Soledad. Todos los paseantes la admiraron crujir y dos enamorados la compraron cuando decidieron salirse de la casa de los papás de él, en donde arrimaditos comían en la cama, su templo.

“Pon la Mesa”, “Limpia la Mesa”, “Recoge la Mesa”, eran los pies para el absoluto protagonismo de este rectángulo que crujía feliz todas las noches. Y nacieron nuevas creaturas: la alimentaron con sus berrinches, la torturaron con cerillos, la tatuaron con cautín, la maquillaron con crayolas, la picotearon con compases… tenía sed y le dieron de beber de vasos rotos.

Desayunaron, comieron y cenaron en La Mesa que crujía feliz no todas las noches hasta que una rata decidió trasnochar su nido debajo del mantel y a la mañana siguiente la aplastaron, a ella y a sus 16 crías, con una caja de herramientas que colocó la creatura hombre antes de ir a trabajar a la fábrica de cartón.

Charco de sangre, chorreadero y musitadero, escandalosos ambos. Se recogió y limpió La Mesa; se talló de nuevo y barnizó a manos de un ebanista que imaginaba idilios de amor bajo el efecto de las resinas y el disolvente. No importó. Ya nadie quiso comer ahí, en la ratoneramesa.

Alcanzó el degrado de estante, rápidamente fue cubierta por objetos chantajistas y todos prefirieron acostumbrar comer parados o en cama, hasta que poco a poco ya nadie comió en casa. Fueron alejándose los hijos; fue muriendo la creatura esposo. La Mesa acabó por estorbar y, despreciada, se quedó en silencio sin la posibilidad de reconocer el día de la noche.

Le salieron manchas y echó raíces en la alfombra hasta que tú le hablaste a tu tía avisándole que huías de tu casa para vivir en otro lado.

-¿Te interesa una mesa para tu comedor?

-Claro.

-Yo te la voy a regalar ahora que la desocupe.

FADE OUT


Tres meses después la mesa ve la luz del día, mientras viaja, tras tumbos, por la gran Ciudad. Llega a la nueva casa, temerosa, avergonzada y angustiada de aparentar todo lo leña que se siente, y es recibida sin grandes pompas. Se desayuna, se come y se cena, ante su indeferencia, pues ya no entiende para qué la usan.

Ya no aguanta ni las tortillas calientes y se sonroja fácil con la resolana de la tarde. No sirve de apoyo y tiende a renga, es inestable y su acabado no pertenece a este mundo. Huele a celulosa al mediodía y a lignina a las cinco de la tarde. No es simpática con las sillas que le rodean, deshace los manteles que la visten, derrama vasos, voltea floreros y, lentamente, cambia de lugar. La inconformista le regresa los infinitos favores a las creaturas. Todo iba mal hasta hoy.

Sin embargo, y todo esto me fue dictado por ella, la noche en que la tía que te la regaló, la enamorada, tuvo a bien morirse, la Mesa ha comenzado a crujir, melancólica, toda su vida y está dispuesta a comenzar una nueva relación con las nostalgias de tu casa –incluyendo a las creaturas.

1 comentario:

  1. Está muy bonito! Podría jurarte que a tu tía Gelo le hubiera gustado mucho leerlo, y seguramente te lo agradecería mucho y lloraría, como yo... ji. Pues yo creo que hay que lijarla, barnizasrla y ponerle un vidrio para cuidarle mejor. Y a la tormentósa licorera, qué tal le vendría un roncito? Te quiero mucho.

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