La trampa de Medusa es una "comedia lírica" con siete intermedios musicales que el señor Erik Satie estrenó en 1921 en el Théâtre Michel de París.
Para el verdadero obsesionado con el tema hay indicios de que el mismo señor comenzó a planear esta obra junto con el poeta y caricaturista de Montmartre, Jules Dépaquit, desde finales del siglo XIX, y existe la anécdota de que una noche de 1913, luego de representar esta comedia para aderezar una cena en casa de los padres del compositor y escritor Roland Manuel, el señor Satie -un poco servidito de ajenjo, a decir de algunos testimonios de alguna señorita que lo acompañó pero ¡hasta la puerta de su casa!, no fuera a sucederle nada malo-, perdió el manuscrito en el coche que lo llevó a su miserable departamento, al final de la rue Cauchy, en Arcueil.
Vale la pena rescatar, aunque sólo sea de oídas, la cosa musical portentosa que son esos pequeños siete intermedios de la obra, porque detrás del autor literario, el señor Erik Satie, de esa "trampa" se halla uno de los mejores músicos del siglo XX, el mismo señor Erik Satie, que para cuando estrenó Medusa -en cualquiera de sus varios años de estreno, ya se vio, cuantimas si se toma 1921 como si- contaba con una serie de obras maestras y otras más maestrantes en su habit. Sí, decía que vale la pena rescatar la cosa musical de La trampa de Medusa:
siete piezas musicales llamadas "Danzas del mono",
y que disipan la tensión dramática, pues en cuanto el
barón Medusa, personalidad protagónica de la obra, dormita
en medio de los conflictos doméstico-políticos, entra en escena
un changuito disecado a bailar al son de delicadas
notas tan disecadas como él, sonido que se logra gracias a la
intervención que propone el señor Satie que se haga al piano
en turno: "colóquense hojas de papel entrelazadas a las cuerdas
del instrumento piano".
En fin, a decir del mismo señor Erik Satie, La trampa "es una obra de
fantasía... sin realidad. Un capricho. No vea más en ella".
Y ese será el credo de este espacio: ser una obra de fantasía tan anómala que requiere tener extirpada toda realidad: una trampa perteneciente a la orden acalefa de animales, un capricho. Favor de no leer más nada en ella
(Los dos grabados no identificados y utilizados en esta bienvenida son de Georges Braque, quien ilustró la primera y única edición de La trampa, en un libro que publicó Henry Kahnweiler, editor y coleccionista de arte plástico, director de la Galería Simón, iglesia del cubismo en esos años.)
muy bello, pero, Sr Meduso, háganos el favor completo, lustrenos los oídos, subáse el disco y pongáse guapo con el link...
ResponderEliminarOye, muy interesante... impresionante la anécdota del chango -muerto- bailarín... y sí, estaría bien que pusieras musiquita!
ResponderEliminar