lunes, 14 de noviembre de 2011

Singing in the rain (of secretaries). Trampa de Medusa de temporada




Favor de acompañar este texto con cagante silbidito de spot sobre la infraestructura carretera en México que hoy se deja escuchar por todos lados.

No es común ver caer secretarios de sus respectivos y alados medios de transporte. Es más, me pregunto ¿cuántas naciones podrían contar con un solo deceso semejante al de nuestros multifactorialmente accidentados secretarios de gobernación? Nombren a una. Si existe, debemos estar en un club exclusivísimo de dos países que cojean del mismo pie, o debería escribir de la misma ala.

Sin embargo no me molestaré en alimentar las teorías de ingobernabilidad en México, de la crisis institucional, de la obsesiva guerra perdida del presidente Calderón que hoy son nuestros cristianos panes de cada día encarnados en primeras planas periódicas.

No: en estos párrafos haré pública mi sentida condolencia al ejecutivo mexicano, porque ha llegado un punto en el que creo que ese hombre merece toda mi lástima –que no es mucha, creo yo–. Felipe Calderón anda en busca de un hombro para llorar y yo, frente a usted lector, le ofrezco mi regazo trágico –por algunos momentos, eh–.

Felipe de Jesús Calderón Hinojosa ha ido demasiado lejos. Más de lo que cualquier buen humorista o de lo que el más docto-sarcástico-ironista-empedernido-de-caricaturizar hubiera pensado en su mejor vida afortunada.

Ha pasado del chiste facilón y provocativo de cantina (cfr. “Haiga sido como haiga sido”) al oscuro y disimulado comentario insulso (cfr. “no nadar de a muertito”), sin dejar de explorar el intolerable y apendejado humor involuntario que acompaña a su analfabeta simpatía (cfr. todos los hechos y dichos que sobran en lo que va del nefasto sexenio) cuando se esfuerza por pasar por interesante y hasta convida a Joaquín Sabina a ser su amor, su cómplice y todo.

Ya había dado a la legión que conforman sus amados detractores más de lo que merecía para hablar bien de él por siempre y para siempre, pero tenía que llegar el día en que cayera del cielo un segundo secretario de gobernación –cuarto con ese cargo en llegar de golpe a la pronta y merecida jubilación– para que Calderón se diera cuenta de que, en realidad, está jugando a perder; de que no hay nada que hubiera imaginado hacer bien en lo que va de su vidita presidencial; de que las drogas ni hacen tanto mal y que la guerra nunca fue lo suyo; de que la política (la política) es otra cosa distinta a lo que su compadre le platicó que su primo le oyó decir al presidente Fox; de que su vida está en otro lado, fuera de sí, mística, lejos del bullicio de esta falsa sociedad, y yo escribo “Pobre Calderón. ¿Él qué va a hacer si es un incapaz a toda pompa? ¿Para qué enjuiciarlo y llenarlo de malnacidos adjetivos denigrantes si todos le quedan grandes?”, y volteo a ver a sus defensores, el gran espaldarazo que, convencido hace cinco años de que existía la extraña idea de la democracia que ha inculcado el IFE, tachó con crayón negro un logotipo en una hojita y, oriundos “ciudadanos”, creyó que todo mejoraría ¿qué es mejorar?… y me refiero a los interlocutores reales, medio informados, a ustedes les escribo para invitarlos a que se acerquen en estos momentos profundamente vergonzantes a su presidente, y lo inviten a llorar, le brinden, como yo –un monanárquico tal por cual–, su honesta lástima y le recomienden decirle a su quinto secretario de gobernación, bajo advertencia, que adonde vaya lo haga a pie, pues, además de hacer un poco de ejercicio, en honor del protocolo, tienen que esperarlo a que llegue, y no hay prisa, la guerra ya se perdió desde antes de que iniciara y no hay nada más qué hacer. Gracias.

“Eso es vivir mejor. Gobierno Federal”.

Obra invitada: la gran y siempre oportuna Pietá de Michelangelo "El divino" Buonaroti.

martes, 8 de noviembre de 2011

Descripciones automáticas

"Ligera brisa. Ligera bruma de cortesía, para arribar." Erik Satie

Para recordar el espíritu original de La trampa de Medusa hoy invito a uno de mis fantasmas predilectos: Erik Satie, que además de gran músico –absolutamente genial, deslumbrante por donde se le vea– le dio por ser un buen literato que de vez en vez escribía en algún fanzine vanguardista la columna editorial que lo acompañó siempre y que, amante de lo invariable (siempre cargaba un paraguas… siempre caminaba a donde fuera sin importar la distancia… siempre usaba la misma ropa y después de largas temporadas se la cambiaba… nunca se lavaba las manos, se las raspaba con piedra pómez), siempre titulaba “Cuadernos de un mamífero (extractos)”.

Así publicó mucho a lo largo de su vida. Desde artículos musicales sobre ciertos autores, composiciones o acontecimientos cotidianos que le conmovían, hasta su propia biografía comentada ¡por él mismo! Esta vez sólo tomo un título de tres miniaturas para piano acompañadas de una especie de tres poemínimos (cfr. Efraín Huerta), compuestos para celebrar su cuadragésimo séptimo (47º) cumpleaños en 1913. Estas Descripciones automáticas son un pretexto para recordar a mi mentor cósmico y elaborar un tramposo ejercicio lírico que ya sólo espero sea de su agrado:

Del miedo

Impactante floritura de fierro oxidado, primero. Niebla después, tormenta de arena. Supuesto ánimo rastrero, al final de la jornada.

Pozo de luciérnagas constreñidas. Ansias de vuelo. Paciente interinfancia de reptil. Mar abierto. Empuñadura. Lumbre. Bocanada. Sí.

Sobre el amar

Hornea olfateando. Subyace, se esconde, aúlla.

Implicarte aterroriza. Evitarlo mata. Creer empeora. Camina, deslumbra; crece, abarca: te atoras.

Acecha, aclara; busca, buscas, busca. Desencuentra, mientes, raspas. Zumba, esperas, creas, dices. Mentir. Mentirle. Mentirte. Sonríe, pasa. Importunó.

Y la risa

Tristeza que no sabe. Llanto formalmente inacabado. Es una melancolía venida a menos con incrustaciones de semillitas de girasol. Artificio animal que bien a bien nadie sabe para qué sirve, para qué trota. Lila y luto. Mono araña que chimpancé mosquito que gorila mantis que orangután alacrán, parece más un ratón en las tardes de vino y rosas. Inmundicia de mandarina, suena a noche de jaraneros –eso sí–.

Estos quasi objetos descritos son adornitos que he visto, he oído, sé que existen por ahí. He visitado lugares donde atesoran colecciones impresionantes de cada uno de ellos. Para mí han sido rastros que conducen.

NOTA: Esta vez la obra plástica invocada son unas misteriosas figuritas de la señorona Leonora Carrington, acompañadas de una dupla no menos misteriosa de policías del DF.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Hacia los 100 de Vicens 3. Voz de naturaleza muerta

para Luis Magos, que escucha muertos

Salido del alelamiento malickeano, vuelvo hoy con mis atentos lectores para recordar a mi gran festejada de esta temporada y siempre, la grande Josefina Vicens, la Jose, la Peque hacia sus cien años.

Leí el cuento que completa la breve obra narrativa de Vicens. Se llama "Petrita" y lo publicó en una revista fantasmal (Revista de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco) en 1983 , aunque se le puede encontrar luego gracias a que las intensas damas del Taller de Teoría y Crítica Literaria "Diana Morán" tuvieron a bien antologarlo en el libro Josefina Vicens. Un vacío siempre lleno (2006), para quien quiera buscarlo.

Resulta que el cuentitotote es un canto a la muerte. De pronto un tal Juan le entrega un lienzo, "La niña muerta", al narrador –del que sabremos sólo lo que piensa– que queda azorado al contemplar la imagen que aquí dejo para quien quiera verla:

[...] La cara, las manos, los pies, tenían un color verde de carne descompuesta. Vestía un traje sencillo, plegado a la cintura y que bajaba hasta los tobillos [...] Estaba tendida en una mesa, sobre una sábana absurdamente colocada. Su pelo negro, negrísimo caía en desorden. A su alrededor había flores amarillas y blancas y tenía puestas algunas entre su pelo, detenidas quien sabe por qué milagro de equilibrio [...] En el plano superior aparecía un friso de manos obscuras emergiendo de la sombra: en una, los dedos pulgar e índice formaban la cruz; otra sostenía un rosario, otras estabas en piadosa actitud de orar, otras no hacían nada [...] Las manos [de la niña] estaban trenzadas, crispadas más bien, y junto con los pies eran lo único realmente aterrador [...], parecían pequeñas raíces retorcidas, extraídas violentamente de la tierra [...], eran raíces jóvenes, pero fibrosas y duras [...]

Másomenos –siempre he soñado con que esta palabra exista– esos son los elementos que arrancan de la realidad a su observador, que de inmediato adquiere la pintura y, en vez de acomodarla en un buen muro, comienza a adecuar su cuarto a la niña (el cuadro). Cambia de lugar todo (cama, librero, sillón) para verla desde cualquier punto.

El contemplador es insomne y una buena noche inicia un monólogo con la niña que denota cierta tristeza y soledad. En ese momento la llama Petrita (“La llamé con voz segura, como si de repente hubiera recordado su nombre [...] ¡Petrita! ¡Petrita! Su nombre llenó mi boca”). Entonces siente la necesidad de cuestionarla sobre la muerte (¿qué se siente morir? ¿se descansa en la muerte?) con preguntas deslumbrantes, afiladas, desesperadas, anhelantes. La niña, después de la insistencia, contesta que no está muerta porque su escrutador no la suelta. Por supuesto, el otro se espanta y se deshace de la pintura para que bien descanse.

Hasta aquí el cuento del que me queda colgando el final trivialón, como globo de 16 metros de diámetro desinflado en mis manos. Sin embargo los remates nunca fueron la especialidad de la autora y me quedo especialmente con la voz del espectro ilustrado:

Una voz tierna, débil, aguda, pero a pesar de ello aterradora. Era como si viniera de muy lejos, como si tuviera que atravesar muchos parajes, para llegar hasta a mí; como si al pasar por los bosques se le hubieran prendido sus ruidos y los de las cuevas, al pasar por ella. El canto uniforme del oleaje de los mares, el distinto sonido de las campanas y el murmullo de todos los vientos. Era una voz infantil, pero al mismo tiempo, la voz del Universo.

¿Se imaginan ese sonido? ¿No es burdamente precioso? Y no sólo eso, por si fuera poco. Este fragmento arriba impuesto es el trabajo del escritor mismo retratado: dar una voz certera a los espectros de su imaginación. Es obvio ¿será? y sin embargo no lo es. Nosotros abrimos un libro y leemos voces, en el peor de los casos diálogos con rayas largas avisadoras (-), y se nos hace tan normal repasar nuestra vista sobre ellas que no nos detenemos a contemplar el milagro de la vida artificial que hay en ellas.

Todos deberíamos asustarnos por lo menos cada que nos imaginemos una voz escrita, cada que creen que están escuchando una voz representada por las palabras, gracias al esfuerzo exorcizante y amoroso de tal o cual autor que atrajo del más allá ¿o más acá, o dónde? el sonido prodigioso de cualquier palabra. Así como Vicens nos mostró la voz de una niña muerta en un cuadro de dudoso aterramiento, así es como un buen escriba presta atención al mundo. Después de mucho insistirle, el Universo va hablando con sus propias palabras y el escritor debe estar atento a recibir el mensaje… Es su deber, su maldición, y para demostrarlo, de nuevo convoco a don Rubén Bonifaz Nuño, mi consentido y acabo ya con esta extraña confesión:

Soy desnombrado y sometido/ al desorden amnésico del sueño./ Agrimensora larva ciega,/ hostia de comuniones pegajosas,/ antena soy, prestada/ a mensajes malévolos; inerme/ piel aterrada y dócil,/ dada sin opinion al besuqueo/ de lenguas líquidas y amargas.

(“Amenazados, contundidos” en Fuego de pobres, 1961)


Imagen invitada: la Jose Vicens, la Peque.