lunes, 5 de diciembre de 2011

Hacia el 2 de julio ¿Y dónde está la democracia? A quién le importa. I

El “gracioso” caso de los entrañables libros de Peña (1 de 3)

En medio de la firme espera conviccional de que otro de nuestros secretarios de gobernación –¡los hay para aventar!– cayera del cielo, La trampa de Medusa mantuvo un mutismo inusitado, deseando surgir con la explosión de otro de nuestros transportes aéreos al servicio de especímenes particulares y sustituibles, pero la realidad aplastante apremia: el “gracioso” caso de los entrañables libros de Peña saca del silencio a este textoservidor para comenzar una nueva serie de opinión política. En fin, sin preámbulos extra.

Primero, y hay que decirlo sin pausa, el fenómeno de los pastelazos electrónicos (gorjeos y / o pegotes feisbuqueros) es grotesco. Todas las pseudofrases pseudomordaces que he leído (pocas, la verdad) son un cúmulo de lugares comunes, muchas de ellas dictadas por el apremiante deseo de ser algo en la vida, escritas con faltas ortográficas, sin el menor recato retórico y, finalmente, representan al abucheo en un estadio: anónimo, informal, pobre. Lo que me lleva al núcleo basáltico de mi informe sobre la “gracia” en la biblioteca personal de Peña.

El ruido creado por el eco idiota de la cargada electrónica (“evidenciemos lo evidente pero con frases tremendas”), no deja escuchar la verdadera, trágica y alarmante confesión del unívoco candidato del PRI. Él sí mencionó, enmierdándose entre sus traspiés de nerviosismo sin cautela, los libros que han marcado su atávica vidorria priístina o priistosauria, y es lo que me tiene aquí, en vilo.

Comenzó medio mencionando la Biblia (s.f. clara), libro de libros, infaltable en cualquier hegemónico cubil de mexicano impuesto a resolver ser un gran mexicano; es decir, de todo mexicano que se las dé de respetable; es decir, de todo mexicano que tenga, a su vez, alguna última cena inmunda empolvándose en alguna pared cercana a la mesa del comedor. Hasta se hubiera visto mal de no decir que la Biblia había marcado su adolescencia, sí en fragmentos, sí y todo eso, pero la marca quedó, chingá.

Ahora, ¿qué significa “leer la Biblia” para la gente como Peña –niños que sueñan con ser presidentes–? Me arriesgo: ser guadalupano, seriecito, estudiosón, mustio, presumido y copión: el clásico personaje que está dispuesto a caer bien a la familia de su novia de manita sudada para poder pasar al faje: todo un futuro, enclenque y orgulloso arribista. Es obvio que nadie así necesita leer la Biblia en México para decir que es una lectura definitiva en su vida. La Biblia, para esa gran mayoría que hoy ocupa una curul o un asiento en el primer tendido de sombra, es una vaga idea de un libro importante, se hojeé o no, eso no está a discusión.

La silla del águila (03) fue el segundo título que balbuceó, apendejándose todo con el nombre del autor, nuestro humillado homenajeado del día de hoy.

(Una digresión imperdible: Carlos Fuentes, después de Los años con Laura Díaz (99) se ha dedicado a publicar sus ejercicios monótonos de escritura sin detenerse demasiado a leerlos. Ya despreocupadazo de su promoción editorial, sabe que todo librero de novedades alojará durante unas semanas su novelón, o su ensayazo, o su librito de cuentotes. Fuentes se convirtió en una máquina editorial digno de aplauso. Y de que te puede gustar su novedad, te puede gustar, pero considerar un libro de cabecera cualquier obra salida de los teclados de nuestro quasi nobel en lo que va de este siglo, es causa de apartheid en los círculos exquisitos de lectura, y de ciertos bares oscuros. Entiéndase entonces que, efectivamente, al joven Peña en literatura le puede conmover lo mal escrito, lo mal planeado, lo malnacido, pero, como en el blofeo eucarístico de su cotidianidad, lo que lleva una firma indiscutible sobre su lomo, aunque no sólo. Fin de la digresión.)

La silla del águila es una alegoría todamalechota del PRI, un mediofuturista y medioerótico sobrante podrido del deslumbre que es La muerte de Artemio Cruz (mismo Fuentes, 62) post La ley de Herodes (Estrada, 99), que no tiene nada que agregar a lo ya dicho y / o filmado durante el foxismo sobre la Revolución Institucional, pero del que basta citar un parrafín, mismo que utiliza la casa editora de este libelo en su promoción de la cuarta de forros, para cejijuntar la jeta y sentirse convidados de mi alarmismo silencioso:

“Te ponen en el pecho la banda tricolor, te sientas en la Silla del Águila y ¡vámonos! Es como si te hubieras subido a la montaña rusa, te sueltan... y haces una mueca que se vuelve tu máscara... la Silla del Águila, es nada más y nada menos que un asiento en la montaña rusa que llamamos La República Mexicana.”

Este fragmentucho descontextualizado es parte de una de las imposibles y larguísimas cartas que juegan al cinismo político con el que se construye toda la linda trama de dicha novela a lo largo de aburridas 400 páginas de lubricantes anales de la “realpolitik”, orgasmos contenidos del fuero militar, cursilerías asexuales de un amorío a lo clásico-salvaje de noveleta rosada, todo un ideario portentoso de un realcandidato que, de seguro, se mordía los labios (pensando “ya me vi”) al saborear cada línea de esa novela con todas las morosas descripciones de Fuentes que ni gracia hacen ya.

Peña sí leyó este libraco y le gustó, según sus inutilizadas confesiones en la Feria del Libros de Guadalajara, un síntoma más –si es que las rayas del tigrillo son pocas– de que estamos frente a un loco apasionado del poder, que, de tener unos kilos de buen humor voluntario, consideraría Los relámpagos de agosto (Ibargüengoitia, 65) como su libro tutorial, la piedra filosofal que no lo delataría tanto en todo lo íntimo e irreflexivo que es, como la exasperante silla de Fuentes.

Hasta aquí, ambos títulos de la cava de Peña hablan mal de él en todo sentido, pero no lo dejan de desnudar frente a las cámaras, a las que les tiene tanto aprecio lúbrico; es decir, tanto respeto.

Notas: 1) En las siguientes entregas habrá un Krauze mal comprendido, un Jeffrey Archer inusitado y un intrigoso y oportuno Alfredo Alce Tomasini. No se las pierdan. 2) Imagen invitada: silla presidencial, modelo don Porfirio Daz.



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