jueves, 5 de mayo de 2011

Juan Rulfo, derecho de exclusividad


[Cuando me enteré, en un orfanatorio de la ciudad de Guadalajara, que mi madre había muerto] me volví huraño y aún lo sigo siendo. Aprendí a comer poco o a casi no comer. Aprendí también que lo que no se conoce no se ambiciona y que, al final de cuentas, la única y más grande riqueza que existe sobre la tierra es la tranquilidad.

“Ret. Y Aut.”

Juan Rulfo

El 30 de marzo pasado el Tribunal Federal de Justicia Administrativa favoreció al señor Juan Francisco Rulfo Aparicio con la “posesión absoluta, y exclusiva”, de los derechos “del registro de marca del seudónimo ‘Juan Rulfo’” del que a partir de entonces es dueña la familia del escritor y fotógrafo mexicano. Con esto los Rulfo Aparicio (Clara, Claudia Berenice, Juan Francisco, Juan Pablo y Juan Carlos) no sólo consiguen retirar legalmente el nombre de su padre del premio que solía entregar la Feria Internacional de Libro de Guadalajara, sino que “se considera la posibilidad de proceder de manera similar en otros casos en que se ha identificado una utilización indebida del nombre del autor jalisciense.” (“Comunicado de la familia de Juan Rulfo a la opinion pública”, Víctor Jiménez responsable).

Esta noticia aparentemente inocua nos da una lección sin precedentes en la historia editorial de nuestro país, acostumbradote a que los escritores dejen su nombre en libertad, para que pueda ser utilizado bajo mínimo pretexto en cualquier Escuela Primaria ínfima, biblioteca pública arruinada, librería esplendorosa, calle abandonada, algún premio o algún cineclub de poca monta.

La familia Rulfo Aparicio peleó públicamente uno de los nombres literarios más pronunciados en la cotidianidad literaria desde hace unos buenos cuarenta años y lo ganaron perfectamente. Los Rulfo Aparicio decidirán a qué sí darle lo Rulfo oficialmente y a qué no. Se convierten así en el tribunal de lo rulfiano que controlará la exclusividad de lo que lleve el rotulo “Juan Rulfo”, aunque no les pertenezca del todo.

El autor de Pedro Páramo fue seminarista cuatro años con su nombre completo, Juan Nepomuceno Carlos Pérez Vizcaíno. Su tío, el coronel anticristero David Pérez Rulfo, le hizo ver que su pasado católico debía desvanecerse en la Ciudad de México, donde viviría definitivamente Juan, no debido a más nada que a los resquemores de la guerra cristera. Juan no lo pensó demasiado y ya al entrar a trabajar a la Seretaría de Gobernación portaba su nombre corto e indudablemente laico.

Cuando fecha en 1940 su primer escrito público, ya llevaba por lo menos tres años llamándose, afirmándose, "Juan Rulfo". Por eso creo que los laberintos de esta nueva exclusividad debieran principiar y desembocar en el tío David, al servicio del Estado Mayor del general Ávila Camacho por aquellos años. Él fue quien aconsejó al escritor cambiar sus dos intrincados y comprometidos apellidos, Pérez Vizcaíno, por el sencillo, redondo y fuera de sospecha clerical “Rulfo”.

Y para entender el desarrollo de este nombre literario genial se debe pasar después por Efrén Hernández y Juan José Arreola, que instaron a Juan para seguir escribiendo las historias deliberadamente inconclusas que una serie casi infinita de hombres le han dado forma en base a la crítica y la investigación. Los nombres que han moldeado al nombre hoy exclusivo van desde Alfonso Reyes, Alí Chumacero, Octavio Paz y Emmanuel Carballo, los primeros lectores de fondo que tuvo Rulfo; hasta Carlos Fuentes, Augusto Roa Bastos, Gabriel García Márquez, Felipe Garrido, Fernando Benítez, Elena Poniatowska, Margo Glantz, Susan Sontag, Vicente Rojo y Neus Espresate, quienes han construido la estatura casi mítica de Juan; e incluso Yvette Jiménez de Baez y por supuesto Alberto Vital, responsables de acercar la obra rulfiana al siglo XXI desde vertientes muy diversas entre sí.

Sólo entonces diría que estoy de acuerdo con la familia en que Juan Rulfo no es de todos. Es de quien lo lee por primera vez y lo relee por última. Es de quien lo revisa y hojea, de quien lo compra, lo cambia y lo vende; de quien lo piensa y lo escribe, lo dice y lo corrige; de quien lo ve y lo contempla, de quien se enamora de él o lo odie. Juan Rulfo es de los libros, los lectores; de quien lo cobra y de quien lo paga. No de todos, realmente, no de todos, pero nunca de quien sólo lo quiera para sí.

nota: la imagen es una autobiografía de Juan Rulfo en el Nevado de Toluca, hecha en la década de los 40.

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