martes, 3 de mayo de 2011

La señorita Renaut calló


Solía marcar un número desde mi teléfono móvil. Venía un tiempo de silencio y comenzaba a hablarme una mujer, insoportablemente neutral, con una perorata amable pero firme: "Su llamada está siendo procesada. Por disposición oficial debes registrar tu línea. Envía un mensaje al 2877 con la palabra "Alta", un punto; tu nombre, un punto; tu apellido paterno, un punto; tu apellido materno, un punto; y tu fecha de nacimiento con el formato: dos dígitos para el día, dos dígitos para el mes y cuatro dígitos para el año".

Cuando llegaba a la última frase me daba la impresión de que la señorita Renaut estaba sonriendo, como convencida de que su extraña y cumplida simpatía al servicio de mi oído había echo efecto en mí, y que de inmediato me registraría, azuzado por la participación ciudadana activa que mi nación me proponía. Nunca hice caso y siempre advertía a quien estuviese conmigo advirtiéndome de que era hora de registrar mi número, que me gustaba escuchar la tierna y fuerte voz de aquella señorita Renaut, a la que imaginaba hermosa, muy alta, pelirroja, narigona y patona, medio bizca pero de una mirada encantadora.

Hoy la Secretaría de Gobernación anuncia oficialmente que los millones y millones y millones y millones que se gastó en desarrollar la iniciativa del Registro Nacional de Usuarios de Teléfono Móvil... que todas las energías canalizadas contra algunos usuarios renuentes y telefonías rebeldonas... que todos los anuncios en los que invirtió otros miles de miles de millones, las amenazas de suspender líneas que quedaran fuera del Registro, las prórrogas y prórrogas que dio para que todo México celular diera sus datos... en fin, que toda la maquinaria del RENAUT llega a su fin porque sí, porque aunque darán una respuesta elaborada y sosa sobre el por qué llega a su fin el RENAUT, finalmente debemos estar conscientes de que es porque sí, como sucede todo en México entre políticos coprófagos, improvisados del todo, ausentes de la realidad, ansiosos por quedarse con lo que ellos creen que es todo el poder, sin un centímetro cúbico de imaginación y, además, pésimos humoristas involuntarios.

Ya no lamento nada de lo que nos sucede muchas veces ya sin darnos cuenta o sin querer darnos cuenta. No hablaré aquí de batallas libradas, ganadas o perdidas para siempre en el ir y venir de todos los días entre los que dicen gobernar y este redactor. No volveré a decir que la democracia caducó hace mil años (quizá más), o que las políticas públicas no pueden ser planteadas con usura (oh, Pound elizondeano) y podredumbre mugrosa (oh, Gonzalo Rojas, recién ido).

El derrumbe del RENAUT sólo me vale porque significa el silencio definitivo de la mujerona que me comunicaba, mi operadora de fantasía, mi conexión con las voces de mi vida, mi intercesora expiativa, mi recordatorio de que algo estaba haciendo mal, mi dama de compañía celular, mi hermosa señorita Renaut.

¡Adiós, señorita!
Ojalá nos volvamos a escuchar pronto.



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